miércoles, 1 de junio de 2011

Refugio del tiempo

Crucé plaza Francia desde la Facultad de Derecho hasta Av. Quintana y Haedo, caminé a paso lento y sin pensamientos, o mejor dicho, con la cabeza concentrada en escapar de ellos. Cuando llegué a esa esquina sin ninguna razón quedé inmovilizada y por un momento el tiempo se detuvo, supongo que habrán sido unos segundos pero algo sucedió en ese instante que no comprendí, una rara mezcla indescriptible de fantasía y realidad y sobre todo mucha curiosidad.
Me senté en un banquito blanco que daba justo en frente de la iglesia del Pilar, encendí un cigarrillo por no sentirme tan sola y me dispuse a escuchar a un viejito que cantaba unos tangos que me remitían a tu cara.  Una persona desconocida de sexo indefinido pero con mas cara de maniático/a que de andrógino vino caminando hasta donde yo estaba - ¿me convidás un cigarrillo? – preguntó, y se quedó parado/a frente a mi como dispuesto/a a tener una conversación, como adivinando que yo necesitaba decir algunas palabras, saqué mi atado de cigarrillos y le convidé uno con una sonrisa que no podía sostener. Naturalmente, como suele sucederme en estos casos, vacilé tanto que nada pude decir y el (o ella)  se dignó a abandonarme.
Eso es lo que nunca falta en Buenos Aires - pensé - esa gente que aparece en el momento justo en el lugar indicado dispuesta a darte lo estas esperando. Intuitiva, extraña, desinteresada, mas loca que romántica, mas enamorada de los árboles y el río y los ruidos que de otra persona, mas enamoradas del humo que despido que de mi boca.  Y también pensé que hay que estar atento, el momento llega y es ese y no otro, cuando pasó lo perdimos para siempre, único e irrepetible.  Y también pensé que hay que hacerse cargo de esos momentos, no hay que justificar el acto injustamente, a veces es preferible dejarlo en el recuerdo sin ninguna respuesta antes que negar que hubo un error, simplemente y por la única razón de que el momento con todo su contenido no se lo merece, porque de alguna manera fuimos parte de él y le pertenecemos, y nos pertenece.  Negar el momento es también negarse a uno mismo.
Hay una vieja sentada al lado mío a la que no puedo mirar, no vi su cara, en realidad no me atrevo a mirarla a los ojos, temo que al mirarla descubra que está sufriendo por su compañero que la abandonó hace unos días y a ella solo le queda el consuelo de volver al lugar donde el la llevó por primera vez y supongo que piensa en las últimas palabras que le dijo, y en su mirada alegre que no perdió ni el día de su muerte.

Mientras escucho una canción que desconozco pero que tiene una letra que me recuerda a mí.
Llega el cafetero y conversa alegremente con los músicos, yo los miro, todavía no miré a la vieja, creo que no la voy a mirar nunca.
Siento que volví atrás en el tiempo, basta con ver el contraste de mi ropa con el paisaje que me rodea, con las personas que me rodean, parece que estoy dentro de un cuadro y ellos lo saben, lo saben porque siempre estuvieron aquí, hace años que están aquí, y creo que de vez en cuando los visita gente de otro tiempo porque me contuvieron como si ese fuese su trabajo, creo que me estaban esperando.  Y me pregunto que pasa con esa vieja, me pregunto si alguien, algún visitante alguna vez la vio a los ojos, no me atrevo a preguntar, no me atrevo a adivinar. 
El cafetero se va, la vieja no se mueve, el guitarrista mueve sus manos y el viejito anuncia un estreno, mano a mano se llama, yo lo canto, de punta a punta, desde el comienzo, y entonces la vieja me mira a mí... yo no puedo mas que sonreírle y la pregunta cambia, ahora me pregunto si ella alguna vez había mirado a alguien, nunca lo sabré y no quiero saberlo. Me paro, camino unos pasos, contemplo el cuadro completo, ya me salí de el, me guardo éste momento en la memoria y desaparezco del pasado para siempre.

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